“El espectáculo que se nos ofreció fue, no impresionante, sino escalofriante, horroroso: una habitación chica –no calculo las medidas, soy muy mala para eso-, con los pocos muebles que a la mujer le quedaban… Todo muy sucio. Y en medio de tanta basura y miseria, una anciana de 83 años, ciega, con la cara descompuesta y gritando sin parar: ¡Sacadme de aquí! ¡Sacadme de aquí!. Ahí empezó todo. De esta forma tan descriptiva narra la recogida de su primera anciana la que fuera, hasta este mismo año, Madre Superiora del Asilo de Ancianas de Nerva, Luisa Sosa Fontenla, fallecida el 25 de noviembre de 2017 a la edad de 99 años. Por aquel entonces, finales de noviembre de 1950, aún eran palpables los estragos producidos por los años del hambre en la Cuenca Minera de Riotinto. Para la inmensa mayoría de los habitantes de esta zona rural, eminentemente minera, eran tiempos para todo tipo de calamidades: escasez de los productos más necesarios y falta de recursos básicos, trabajo precario y condiciones laborales ínfimas, enfermedades, etc.
Reportaje de Juan A. Hipólito
“Cuando nos fijamos en ella” -continúa el relato de Sosa en un escrito inédito al que ha tenido acceso esta redacción- “estaba llena de piojos y de chinches, y los muebles igualmente, sobre todo la cama y los cuadros. Los piojos encima de ella estaban en racimos, amontonados, se le caían constantemente. En la cama, ellos y además chinches en cantidades incalculables. Por mucho que lo intente, no puedo describir lo que aquello era. ¡Qué horror!”.
El terreno donde hoy se asienta el Asilo de Ancianas de Nerva aún no estaba, ni tan siquiera, en la mente de las mujeres voluntariosas y solidarias, lideradas por la Madre, que conseguirían alzarlo años más tarde en medio de un erial. Para recoger a la anciana disponían de un salón alquilado que se comunicaba con una casa pequeña ubicada en el centro del pueblo. “La trajimos tal como estaba, la limpiamos y escamondamos, dejándola más limpia que el jaspe, cabeza y todo… Tenía todo el cuerpo lleno de heridas. Después de semejante baño, a la pobrecita tuvimos que darle un huevo batido con coñac porque estaba muy débil, aunque más contenta que debilitada. Le pusimos la ropa que le habíamos preparado y quedó que daba gusto de verla”, relata en su escrito.
Dos años antes de la primera recogida de esta anciana, una jovencísima Luisa Sosa Fontenla, con apenas veinte años, y varias compañeras habían comenzado a elaborar comidas para alimentar a las personas enfermas más necesitadas del pueblo. “La comida la repartíamos a medio día, recién hecha. Iba algún familiar de los enfermos a recogerla y nosotras los visitábamos por la tarde. Si eran enfermos que no tenían a nadie, se la llevábamos nosotras”, aclara.
De entre las visitas que realizaban estas voluntariosas mujeres por aquellos años de hambruna y calamidades a las familias más necesitadas de la localidad minera, la Madre describe otro caso que pone de manifiesto la crueldad a la que pueden llegar ciertas personas con sus propios progenitores. Al “Cigala”, alto y muy delgado, y su mujer lo abandonaron a su suerte sus tres hijas. Sosa iba a visitarlo diariamente. “Y un día, recuerdo que -poco antes de morir- le sobrevino de pronto un vómito de sangre tan tremendo que parecía que se iba a ahogar. Yo lo tenía cogido por los hombros con un brazo -estaba en la cama y se incorporó- y con la otra mano tenía cogida la escupidera donde caían los borbotones de sangre. ¡Fue horrible! A mi no me daba miedo ni escrúpulo, solo pena de él… Yo pedía al Señor que sujetara aquella fuente de sangre y le diera una muerte más tranquila. Se sujetó, al fin, y al poco tiempo murió”.
El aumento de las raciones de comidas que repartían entre las familias más necesitadas hizo que los gastos aumentaran de manera exponencial. No tenían bastante, ni mucho menos, con los medios que disponían. Lo poco que tenían lo habían reunido entre ellas, sus familiares y amigos que estaban por la causa. Pero lejos de quedarse en el lamento, tuvieron la idea de salir por las calles a pedir dinero. De esta forma, arrojadas por la imperiosa necesidad de seguir alimentando a quienes no tenían ni un mísero mendrugo de pan que llevarse a la boca, salieron a pedir dinero por las calles de Nerva. “Pedíamos los viernes porque ese era el día en que aquí pedían los pobres. Y nosotras quisimos hacernos pobres con los pobres. Muchas veces, como a ellos, y aún peor que a ellos, nos trataron en algunas casas. Supimos así de sus sinsabores y humillaciones. A mí, en realidad, me alegraba tanto verme tratada como un pobre más que llega a la puerta, que el sinsabor se me convertía en gozo”, confiesa.
Objeto de todo tipo de críticas
La ola de críticas de la clase pudiente contra la labor solidaria que realizaban estas mujeres no tardó en hacerse notar. Desde que empezaron con su obra social, cada paso que daban eran objeto de nuevas críticas, cada vez más feroces. “Cuando empezamos a dar las comidas surgieron las primeras críticas, cuando comenzamos a pedir aumentaron, y cuando recogimos a nuestra primera anciana, y a las siguientes, llegaron al paroxismo. De mí, concretamente, dijeron todo lo más malo que se pueda decir de una persona y en todos los sentidos. Y las demás, por el solo hecho de estar unidas a mí, eran anatematizadas de las misma manera”, destaca en su escrito inédito.
La Madre relata con cierta amargura cómo lo más triste de aquellas críticas, “acerbadísimas, de auténticas y terribles calumnias” fue descubrir que los principales instigadores de las mismas eran siempre los sacerdotes, todos los que se fueron sucediendo, salvo honrosas excepciones, como ha sido el caso del cura-párroco actual de Nerva, Ignacio Izquierdo, que estuvo al lado de ella hasta exhalar su último aliento de vida terrenal. Hasta en el púlpito hablan de ella. “Lo cierto es que nunca hemos sido del agrado de los curas. Aquellos nos encontraban “avanzadas”, y estos -los progresistas- nos encuentran ahora “retrógradas”. En definitiva, ahora y entonces, el mismo clericalismo, todos queriendo dejar su impronta en nuestra Obra, de manera tan dictatorial los unos como los otros”, se confesaba meses antes de terminar su escrito inédito a mayo de 1983.
Muchos años antes de comenzar con su obra social, la autora de esta obra inédita se describe a si misma como una persona sin vocación, obsesionada con la salvación de su alma a través de la religión. Pero un rayo de luz le torna religiosa por convencimiento y dispuesta a renunciar a todo y servir al Señor. La vida espiritual de Santa Teresa de Jesús le muestra el camino, pero ella actúa más por temor que por amor. A finales de los años 30 del siglo pasado, se encuentra en un mar de dudas. Sopesa seriamente la posibilidad de unirse a la vida religiosa como monja, pero en su interior oye constantemente una voz que le implora: “¡Has de fundar, has de fundar!”. Así transcurren los años hasta su místico encuentro con el Nazareno del que surge la palabra clave en toda esta historia: “¡Ancianas!”. “En un instante se me revelaba el destino de aquella casita y de mi vida entera. Y un gozo inmenso, inexplicable, inundó todo mi ser”, confiesa.
Consolidación de la Obra social
A mediado de la década de los años 50, concretamente el 2 de julio de 1955, se formaliza la Comunidad de la Obra de Jesús Nazareno de Nerva. En esta ocasión, tampoco tuvieron el apoyo del cura-párroco, pero la Comunidad salió adelante con el esfuerzo y tesón de Sosa, además de Esperanza Mora y Carmen Luengo. Tres años más tarde se extendía el Decreto de aprobación de la Obra de Jesús Nazareno de Nerva en Pía Unión Diocesana, sin llegar a ser Congregación Religiosa, como siempre fue su deseo. A lo largo de los años se fueron uniendo a la Obra: su hermana Elisa Tilde Sosa, Ángeles Dorado, Dolores Romero, Yolanda Pérez, María del Pilar Angulo (actual Superiora), Inmaculada Florencio, Mónica Moya y su sobrina, Julita Hierro.
Hasta pasados años no pudieron disponer de su propia casa para atender a las ancianas que iban recogiendo. Llegaron a tener 12 ancianas a su cargo. En esta casa se llevaron casi diez años hasta que se les empezó a quedar pequeña para albergar a tanta anciana como empezaba a llegarles. Entonces decidieron afrontar el proyecto de construir desde los cimientos un nuevo hogar con mayor capacidad. En esta ocasión, todos empezaron a sumar. Los terrenos se los cedería la Compañía minera de Riotinto y el arquitecto no les cobraría nada.
Finalmente, la nueva casa de acogida no se llegaría a alzar en el lugar previamente establecido. El Obispo de Huelva, Cantero Cuadrado, les ofreció hacerles otra que contaría con una Parroquia anexa. El 20 de marzo de 1962 pusieron la primera piedra. Dos años después continuarían con su obra social en la nueva casa, lo que se conoce en la actualidad como el Asilo de Ancianas de Nerva que llegó a albergar hasta 45 ancianas y atender las necesidades de una veintena de niñas procedentes de familias desfavorecidas. “Todo con más comodidad, con más efecto, pero nosotras con nuestro mismo espíritu de pobreza y sencillez que tuvimos en la casita que dejamos, casita querida, casita caída y apuntalada, que guardaría para siempre entre sus muros nuestras tribulaciones y nuestras agonías de aquellos 15 años que en ella vivimos”, recuerda Sosa en su escrito.
En la actualidad, solo cinco integrantes de la Obra de Jesús Nazareno de Nerva, supervisadas por María del Pilar Angulo, atienden a una veintena de mujeres, muchas de ellas ancianas, a las que se dedican en cuerpo y alma bajo la impronta de su fundadora: “Pobreza, sencillez, comprensión, ternura y amor”. Las que quedan al frente de esta labor de beneficiencia se sienten huérfanas desde el fallecimiento de su Madre el 25 de noviembre de 2017 (el 14 de enero de 2018 hubiera cumplido 100 años), pero siguen fieles a su vocación de servir a los más necesitados.
Ahora han vuelto a salir por las calles de Nerva a pedir una limosna para las ancianas, como venían haciendo desde hace más de medio siglo, porque en la actualidad como en aquel entonces carecen de cualquier subvención o ayuda económica por parte de las Administraciones. Pero lo que más les importa a ellas es la falta de vocaciones en una sociedad tan materialista como la que vivimos hoy día que pone en peligro la continuidad de la Obra social Jesús Nazareno en Nerva. “Necesitamos a personas que estén dispuestas a dejarlo todo para ayudar a los más desfavorecidos. Las puertas de nuestra casa están abiertas para acogerlas”, claman.
En definitiva, las hermanas del Asilo de Ancianas de Nerva llevan 70 años cuidando con mucho amor y afecto de aquellas personas que, aun habiéndolo dado todo por sus seres más queridos, hoy se encuentran solas y desamparadas. Las ancianas siguen siendo su prioridad. Atienden todas sus necesidades físicas y afectivas. Después de toda una vida trabajando por los demás, sin hacer casi ruido, hoy continúan con admirado tesón al frente de una Comunidad, con escasos recursos económicos, al servicio de cuantos las necesitan.
El Ayuntamiento de Nerva les concedió en 2002 el Galardón Villa de Nerva en atención a los méritos y circunstancias concurrentes. Acostumbradas a hacer su labor solidaria de una forma silenciosa, siempre en segundo plano, la Madre Superiora, Luisa Sosa Fontenla, encomendó recoger tal distinción al pianista nervense de reconocido prestigio internacional, Javier Perianes Granero, con el que mantienen una relación de amistad, más que sincera, de cariño y afecto mutuo, desde siempre.